domingo, junio 30, 2013

ME PREGUNTAS, LESBIA




Me preguntas, Lesbia, cuántos besos me bastan:
cuántas son las arenas del desierto de Libia, en Cirene,
entre el oráculo de Júpiter y el sepulcro de Bato;
cuántas son las estrellas que en la noche callada
contemplan los amores ocultos de los hombres.
Estos besos le bastan a tu loco de Catulo,
que no puedan los curiosos calcularlos
ni la maledicencia causarles maleficio.

Cayo Valerio CATULO (siglo I a.C.)
Versión de Ernesto Cardenal

Queridos amigos: No es casual que os deje es poema de Catulo dedicado a Lesbia: como que los amores y desencuentros entre ambos son el tema de mi nueva novela (corta pero intensísima)  LA MUCHACHA DE CATULO. Os pongo aquí los enlaces a la editorial EVOHÉ para el libro en papel y este otro para  el libro en versión digital
En ambos casos viene una sinopsis. Próxima presentación en Valencia: jueves 11 de julio, a las 20 h. en la Lliberia Ramon Llull, c/ Ramon Llull, 42 de Valencia.



miércoles, junio 26, 2013

PÁNICO





Remo se ha quedado en el Palatino, y sus enemigos le están tendiendo una trampa. Entretanto, Rómulo y sus amigos Quintili se dirigían hacia Cenina a celebrar un sacrificio. En la cabaña real de Cenina, la hija del rey y sus primas se entretenían conversando.

Después de marcharse Rómulo para ir a celebrar los ritos de Angerona en la ciudad de Cenina, Urco permaneció en la cabaña de la via Salaria realizando pequeñas tareas para mantenerla en orden. Revisó su provisión de hierbas y remedios curativos, pensó en la necesidad de conseguir algunos recipientes nuevos y finalmente cogió un cuchillo y empezó a descortezar una rama de abedul para fabricarse un cayado mas alto.
Cuando sustituyera a su padre como mayoral de los rebaños del rey Amulio ese cayado sería el símbolo de su cargo y de su autoridad. Ojala no se torcieran sus planes. Aun cuando no le había transmitido a su padre sus propios temores para evitar abrumarlo con más preocupaciones de las que ya arrastraba, la pelea de Remo y Rómulo con los pastores de Númitor no le gustaba en absoluto. Y menos todavía el silencio del mayoral Caius. La ausencia de una reclamación por su parte, ese desinterés por buscar un acuerdo con Fáustulo, resultaban anómalos. Nadie se comportaba de esa manera tras sufrir la pérdida de cuatro hombres, máxime cuando habitaban en territorios contiguos y era inevitable cruzarse por los caminos, encontrarse en el mercado o en las fuentes. Tapar una olla hirviendo termina por hacer salir a borbotones el caldo y algo semejante ocurre con las personas: sofocar la cólera o el rencor sin darles una salida es peligroso, pues en cualquier momento puede desbordarse la rabia y causar daños desmedidos.
Algo debía aguardar Caius. ¿Habría comunicado a su amo Númitor ese suceso? ¿Estaría esperando sus instrucciones o su autorización para actuar? Las relaciones entre Númitor y su hermano el rey Amulio eran malas. ¿Y si Númitor le exigiera al rey un castigo ejemplar para sus criados? ¿Mantendría el rey su promesa de nombrarle nuevo mayoral estando sus propios hermanos involucrados en la grave pelea? Fáustulo y su familia eran un ejemplo de buen hacer, de autoridad y de capacidad para poner concordia entre las partes. Esa tradición parecía haberse roto y las consecuencias que ello podría tener en su designación y en el futuro de sus hermanos le quitaba el sueño. Más todavía al recordar cuán temerosos y alterados estaban sus padres por causa de los gemelos. Él mismo no alcanzaba a comprender los motivos de tanto miedo. Que Remo debiera permanecer un año más como iniciando constituía una decepción, pero su carácter arrogante y su desprecio del peligro no eran nuevos, se revelaron en él desde muy pequeño. Ello no disminuía la admiración que muchos sentían por él, pues esos defectos quedaban mitigados por otras buenas cualidades. Solo le faltaba madurar un poco, controlar mejor sus impulsos, ser más responsable.
En cuanto a Rómulo, aún tenían menos motivos de preocupación. Era ya un hombre y con su participación en los ritos en honor de Angerona quedaría completo su reconocimiento público como tal. Le apenaba no acompañarlo a Cenina para esa ceremonia. Sin embargo, el muchacho oficiaría otros muchos sacrificios en el futuro mientras que su amigo Urbano Lacio necesitaba de su apoyo y compañía precisamente ahora.
Con esos pensamientos salió de la cabaña para escrutar el camino. Decidió recorrer un tramo de la vía Salaria en dirección a Cures para estirar las piernas y salir al encuentro de su amigo, si finalmente regresaba ese día. Llegó hasta el punto donde la vía atravesaba la corriente del río Anio mediante un frágil puente apoyado en pilones de madera. Se quedó un buen rato mirando discurrir el agua, cuyo abundante caudal iría a parar en breve a los brazos del padre Tíber. De pronto lo sacó de su ensimismamiento un grito.
- ¡Eh, Urco! - lo saludaba desde lejos Urbano Lacio.
Levantó la mano para devolverle el saludo y cruzó el puente para llegar a su lado enseguida. Eran ingratas las noticias que debía darle sobre la salud de su progenitor, pero era preciso hacerlo cuanto antes. Rayaba el mediodía y, si se daban prisa, aún podrían llegar a Alba Longa antes de que cerrara la noche.


Artemis sacó la cabeza por el umbral de la puerta de la cabaña real y miró el cielo. A través de la capa de nubes grises se veía un pedazo de cielo más claro por efecto de un pálido resplandor. Allí detrás, casi en su cenit, agonizaba el sol bajo la amenaza de ser engullido para siempre por las tinieblas. A unos pasos de la puerta, en torno a una piedra de moler, algunas siervas, indiferentes a la tristeza de la jornada, cantaban mientras añadían poco a poco el grano y recogían la harina. No se apreciaba mucho más movimiento ni ruidos. Vio moverse las columnas de humo sobre las cabañas de Cenina y, a los pies del cerro donde se emplazaba la ciudad, los campos llanos sumidos en el silencio y la quietud del último día del otoño. Rebaños de ovejas y de bueyes pastaban dispersos en la distancia.
- ¡Propongo ir a dar un paseo por las orillas del río! - dijo Artemis entrando de nuevo en la cabaña y dirigiéndose a sus primas -. No va a llover y conviene aprovechar la luz. No soporto estar ni un momento más aquí encerrada.
- ¿No te sentarán mal el fresco y la humedad? - objetó Emilia.
- ¡No seas agorera, prima! - respondió rauda -. Bastante castigo es quedarme aquí en lugar de ir a Alba Longa con vosotras. No me estropees una ilusión tan simple como la de tomar el aire.
- Sí, si, vayamos - exclamó Hersilia -. Me apetece respirar a fondo y disfrutar de la vista de los campos abiertos antes de entrar en los bosques de Alba Longa. Según nuestra tía Licinia son muy hermosos, pero su espesura impide en muchos lugares el paso de la luz y del sol.
- Ay, sí, pero es una gran ciudad - dijo Artemis con un suspiro -, llena de gente, con mercado al cual acuden personas de todas partes y donde es posible conseguir armas de bronce de primera calidad, e incluso espadas de hierro.
- Prefiero las fíbulas o los collares de ámbar, prima - dijo Emilia - ¿A quién le importan las espadas?
- A mí me importan. - respondió con seriedad Artemis -. Me gustan y son muy útiles.
Esa era una singularidad de Artemis que sorprendía y admiraba a sus primas. Desde pequeña sentía una gran fascinación por el arte de combatir y, aun siendo una práctica ajena a las mujeres, el ser la única descendiente que le quedaba con vida al rey Acrón había actuado en favor suyo. Éste, muertos sus hijos varones, consideró necesario darle a su heredera la educación de un príncipe y, pese a la oposición de su esposa, prepararla para luchar y conducir hombres en la guerra. En su momento se casaría y sobre su esposo recaerían esas responsabilidades. Mas no sabiendo nadie qué le depara el destino, era mejor prevenirse y dejar a su hija preparada para cualquier eventualidad. Artemis era muy diestra en el uso de las armas, aplicaba a la perfección las estrategias del combate, se conducía con valentía y era muy respetada por los hombres armados.
Las tres jóvenes salieron de la cabaña, abrigadas con gruesos mantos, y bajaron por la vertiente oeste de la loma. El terreno se  aplanaba después y, a poca distancia, el Anio, después de haber trazado una profunda curva, se deslizaba con alegre gorgoteo entre los sauces desnudos y una vegetación abundante. Alcanzados los prados junto al río, Hersilia levantó los brazos al cielo como si quisiera abrazarlo y giró sobre sí misma lanzando un grito de juventud. A su gozo se unieron Emilia y Artemis y pronto corrieron por los campos cogidas de las manos, formaron corro y danzaron sobre la hierba mientras entonaban viejas canciones sabinas para conjurar la tristeza invernal. Cantaron con los rostros levantados y los pechos henchidos, reían con todas sus fuerzas, como si lanzaran un desafío a las nubes.
Se sentaron luego a descansar apoyando la espalda en los troncos de los sauces, mirando correr el agua. Bajaba rápida y la irregularidad de su lecho y su propia fuerza producían una espuma blanca en la superficie. Cerca de ellas crecían hierbas y abundantes plantas de papiro. Se levantó Emilia para verlas de cerca y cortar alguna, pues se le ocurrió la idea de trenzarse una corona. Vio entonces asomar el hocico de una ratita de agua. Por extraño que parezca, a la muchacha le gustaba cazar pequeños roedores a los que alimentaba dos o tres días antes de dejarlos marchar. Tenía habilidad para atraparlos e instintivamente se inclinó para cogerla. Se le escabulló de las manos, dio un paso adelante metiendo el pie en un suelo resbaladizo por la humedad, perdió el equilibrio y en el tiempo que dura un parpadeo había caído de espaldas al agua y la corriente la arrastraba a velocidad vertiginosa. Hersilia y Artemis, gritando de pánico, corrían por la orilla tras ella en un intento, inútil, de darle socorro.


Rómulo, Gordio y Publio Quintilis habían estado observando a las muchachas. Descansaban a la orilla del Anio cuando las vieron bajar de Cenina y se ocultaron de su vista casi por instinto, como acostumbraban a hacer durante el último año, agachándose detrás de unos matorrales. No eran pastoras, eso se notaba enseguida. Las cintas de lana anudadas en torno a sus cabezas indicaban su doncellez; cantaban y danzaban con la soltura de quienes se creían a solas y los tres amigos no podían apartar las miradas de ellas ni de aguzar sus oídos para escuchar sus risas gozosas.
Una de ellas en particular atraía la atención de Rómulo. Algunas guedejas rojizas se habían rebelado y, librándose de los peinecillos que sujetaban el cabello a la nuca, caían sobre su cuello blanco y sus sienes. Era la más alta de las tres y cuando danzaba soltándose de las otras dos, sus manos parecían palomas en vuelo. Irradiaba una fuerza telúrica y aérea a la vez, en sus movimientos coexistían serenidad y fuego, trazaban un círculo mágico a su alrededor. Al menos así le parecía al muchacho, extasiado en su contemplación.
Cuando las muchachas se acercaron a la orilla del río a descansar, ellos no se movieron de su escondite. Cuando volvieran a pasar por aquel prado para regresar a la ciudad, las verían otra vez. Se hallaban río abajo, a pocos pasos de la ribera, sentados sobre la hierba con Bona dormitando al costado de Rómulo cuando oyeron los gritos. Saltó la perra y en cuatro zancadas estaban ellos también en la orilla. Al ver de lejos correr en su dirección a dos de las muchachas, casi tropezando entre los árboles, con la mirada y los brazos tendiéndose hacia el río, Rómulo miró la corriente y vio enseguida un remolino de manos y una cabeza tratando de mantenerse fuera del agua.
Aunque tenía poca profundidad, el ímpetu del Anio era inmenso y capaz de arrastrar a una persona, golpearla contra las irregularidades del fondo y las orillas, destrozarla antes incluso de que la hubieran abandonado las fuerzas para luchar y mantenerse a flote. Bona ladraba al agua. Rómulo calculó que en unos instantes la muchacha estaría a su altura. Debía hacer algo enseguida. No había tiempo para pensar.



 NOTA: Este ha sido el capítulo 5º de la segunda parte de la historia de Remo y Rómulo. Siento estar escribiendo tan despacio, pero me es imposible ir más deprisa…
Por otra parte, sigo con la preparación de la presentación de mi novela “LA MUCHACHA DE CATULO”. Aquí os dejo la sinopsis. Estará a la venta a principios de julio.










martes, junio 25, 2013

HOLA NIÑA






Hola niña. No es chata tu nariz,

Ni tienes pies bonitos, ni ojos negros,

Ni dedos largos, ni la boca limpia,

Ni una lengua, en verdad, nada elegante,

Amiga del formiano manirroto,

¿eres tú la que dice la provincia?

¿tú la que ahora comparan con mi Lesbia?

¡Qué siglo tan estúpido y grosero!



CAYO VALERIO CATULO

Versión de Juan Manuel Martínez Tobal







NOTA: Queridos amigos, como seguramente muchos sabréis, esta Lesbia a la que se refiere Catulo es la noble Clodia o, si queremos llamarla así, “La muchacha de Catulo”. Os dejo la portada de mi novela, publicada por Evohé, que estará a la venta los primeros días de julio. 

También os pido disculpas por no estar tan pendiente del blog y llevar retraso con la historia de los gemelos Remo y Rómulo. A veces las circunstancias se imponen y afectan a historias que ocurrieron 2.750 años atras... 

sábado, junio 22, 2013

AY, MI ROMA...


En la Real Academia de España en Roma, se celebra estos días, y hasta el 28 de julio la exposición ESTACIÓN XV - STAZIONE XV, con los trabajos realizados por los becarios de este curso. ¡Enhorabuena a todos!
La fotografía muestra uno de los accesos a la plaza de San Pietro in Montorio por el costado de la Academia, ceñido por hornacinas donde están esculpidas las estaciones del Via Crucis, obra de un escultor español.



Foto: Rafa Lillo

miércoles, junio 19, 2013

PAJARILLO, DELICIA DE MI NIÑA





Pajarillo, delicia de mi niña,

con  quien juega, al que en su seno tiene,

al que acerca la yema de su dedo

e incita a picotear ardientemente,

cuando, añorante de mi amor, se entrega

a un juego encantador que desconozco,

buscando algún consuelo a su dolor

para calmar, supongo, un grave fuego:

poder jugar contigo como ella

y aliviar las tristezas de  mi alma

me sería tan grato como dicen

que fue para la rápida doncella

la manzana de oro que deshizo

el cinturón ceñido tanto tiempo.



CAYO VALERIO CATULO.-

Traducción de Juan Manuel Rodríguez Tobal



*La “rápida doncella” a la que se refiere el poema es Atalanta, heroína de la mitología griega. Ella había decidido no casarse y mantenerse virgen, dedicándose al culto de Artemisia. Era muy veloz en la carrera, retaba a sus pretendientes a competir con ella y cuando perdían, los mataba. Hasta que apareció Hipomenes que, durante la carrera, arrojó al suelo una manzana de oro y Atalanta, hechizada por su belleza, se detuvo a recogerla. Así le venció él y se unieron. Parece que fue una unión feliz. 


Queridos amigos, el 28 de junio saldrá de los talleres de la imprenta Campillo Nevado mi novela corta “LA MUCHACHA DE CATULO”, esta muchacha a la cual va dedicado este poema de Catulo que acabamos de leer. Os mantendré informados…


Pinchando en la imagen se hace más grande y se puede leer la sinopsis.

miércoles, junio 12, 2013

UN MANTO NUEVO COMO PREMIO



 
  
Mientras Rómulo y sus amigos se dirigen a Cenina la mañana del 21 de diciembre y en esta ciudad la hija y las sobrinas del rey Acrón se preparan para dar un paseo por la orilla del río Anio, en el Aventino el mayoral de los rebaños de Númitor y padre de Flora, Caius, se había entrevistado en secreto con Hortensio y preparaba una trampa para cazar a Remo.

Tras haberse puesto de acuerdo con Caius y abandonar el refugio de los pastores del Aventino, Hortensio penetró en un bosque de robles que jalonaba la ladera de esa misma colina. Previendo la conformidad del mayoral de Númitor para tender una trampa a Remo, había tomado la precaución de citarse a escondidas con muchachito llamado Calvo. Lo conocía desde tiempo atrás, era ambicioso y avispado y justo acababa de empezar su iniciación, de modo que se relacionaba con cierta asiduidad con el grupo de Remo. Era una buena elección.
Casi enseguida llegó Calvo, sin hacer ruido. Permanecieron agachados y ocultos entre los árboles, sin dejar de vigilar el valle de Murcia.
- Lo haremos hoy. ¿Recuerdas mis instrucciones? - preguntó Hortensio.
- ¿Me crees tonto? ¡No son tan difíciles de recordar! - respondió Calvo en tono de suficiencia, con cierto desdén.
- Esto no es un juego, ¿sabes? - le espetó con severidad el otro -. Saldrás muy beneficiado si cumples bien, pero pobre de ti si nuestro plan se estropea por tu culpa. Lo lamentarás toda la vida.
- No te arrepentirás de haber confiado en mí.
- Si Remo llegara a sospechar algo…
- Lo conozco y sé cómo manejarlo. Además, tengo influencia sobre mis compañeros y mucha costumbre de imponerme a los demás. Caerá en la trampa como un corderito. Y nadie más se dará cuenta… Ni en el momento en que ocurra, ni después.
- Eso espero. Es preciso darle apariencia de casualidad - dijo Hortensio - Por eso es importante que apoyes y refuerces a Córito con disimulo. Será el señuelo.
- Tantas precauciones conmigo, ¿y confías en ese tonto? - preguntó Calvo -. Me parece muy arriesgado.
- No confío en él, sino en su simpleza. Y para eso estás tú, para conseguir que todo discurra según lo planeado. Nadie le atribuye malicia al tonto, por eso su propuesta no levantará recelos. Debes permanecer atento, actuar sólo para enderezar la situación si se tuerce. ¿Está claro?
Calvo asintió con la cabeza, permaneció unos momentos más en ese escondrijo y luego se deslizó, tan silenciosamente como había llegado, en dirección al monte Murco. Prefería dar un rodeo antes de encontrarse de nuevo con sus colegas de iniciación. Solían reunirse con el grupo de Remo en el valle que separaba el Palatino y el Celio, y allí charlaban y practicaban toda clase de ejercicios. No tardarían en llegar unos y otros, pues era ya media mañana.


Fausta cogió un recipiente para el agua, salió de su casa y descendió por la escalera de Caco. Al llegar a la altura de la cueva de Fauno se desvió hacia la izquierda y con muchas precauciones entró en la cueva. Cada mañana iba allí con la esperanza de volver a encontrar al lobato. Una esperanza vana, pues ya debía estar muerto. Sentía pena por él y por su hermano Rómulo, quien se había aficionado al animal y se culpaba de no haberlo protegido debidamente. Sin embargo, la vida era así de dura, así de difícil para los pequeños, para los indefensos y los débiles. Se sentó en la oscuridad, escuchando el levísimo rumor de la fuente. Cerró los ojos y sintió un gran bienestar, una presencia sacra. Cayó en un sueño profundo.
Se despertó boqueando porque le faltaba el aire. Estaba helada y cubierta de un sudor frío. Se deslizó temblando hasta la entrada de la cueva. Tendió la mirada a lo lejos y le pareció ver a una persona conocida cruzar deprisa el valle de Murcia, desde el Aventino hacia el altar de Consus. Sacudió la cabeza. No podía ser Hortensio. Todos los varones, menos los iniciandos, se habían marchado a Cenina. Sería alguno de los pastores de Caius. O su propio aturdimiento le había hecho ver mal.
Se acercó al refugio de Remo, ubicado a un tiro de piedra de la gruta, por si le encontraba allí. Él y sus amigos Fabios habían reconstruido la choza destrozada por los hombres del Aventino y parecía casi nueva. Dentro no se oía ningún ruido. Permaneció un buen rato al acecho, por si su hermano volvía o se dejaba ver. Finalmente, cansada de esperar, descendió hasta el estanque, llenó el recipiente de agua y con él apoyado en una cadera subió de nuevo la escalera de Caco y entró en su casa. Su madre se distraía hilando lana y no dejaba de murmurar palabras incomprensibles. Clavaba la mirada en la pared y le temblaban las manos.
- Estás muy alterada, madre ¿Quieres que le pida algún remedio a Elia?
- No hay remedio para mi padecimiento, hija. Pero si, ve a buscar a la vieja Elia y cuéntale… Quizá pueda darte alguna hierba para tranquilizarme.
Fausta se echó un manto sobre los hombros y salió de nuevo. Esta vez tomó la dirección contraria: se dirigió a la cima del Palatino para, desde allí, descender hacia el valle del foro. Caminaba con paso rápido pues le preocupaba la salud de su madre y quería llegar cuanto antes a la cueva de Elia. Estaba ya cerca del terraplén por el cual se bajaba al valle, cuando volvió a ver a la figura de antes saliendo de la cabaña de Córito. Qué visión más extraña, pensó. No dio crédito a sus ojos ni sus impresiones y, sacudiendo la cabeza, continuó su camino.
Llegó enseguida a la cueva de Orison, penetró en ella y encontró a la anciana junto al fuego.
- Mi madre no está bien, sabia Elia - dijo a modo de saludo.
- En su lugar, ¿quién lo estaría? - respondió la vieja.
- Entonces ¿sabes cuáles son sus preocupaciones? ¿Por qué pasa tanta angustia por mis hermanos?- preguntó sentándose a su lado -. A mí no quiere decirme nada.
- Sus razones tendrá - dijo la anciana -. ¿Sabes algo de ellos?
- Rómulo estará de camino a Cenina. Remo sigue en el valle de Murcia.
- No me refería a dónde están… Ya veo que no estás al corriente. Mejor.
- ¿Acaso corren algún peligro? - preguntó con visible preocupación la muchacha - ¡Deberías decírmelo, quizá yo pueda serles de ayuda!
Elia se levantó sin responderle y se dirigió al fondo de la cueva, donde guardaba sus remedios. Permaneció un rato allí y finalmente regresó con un saquito de tela en la mano.
- Hazle a tu madre una infusión con estas hojas y que la tome tres veces al día. Cuatro o cinco hojas por taza, no más.
Le tendió las hierbas y la miró fijamente.
- En cuanto a ti, acepta un consejo: no hables de tus hermanos con nadie. ¡Con nadie!



- ¡Eh, Remo! - gritó Corito mientras descendía con torpeza hacia la Velia y agitaba al mismo tiempo las manos para llamar la atención del muchacho.
Llevaba un buen rato vigilando el camino desde la puerta de su cabaña, ubicada en la ladera del Palatino que miraba al valle del foro. Rondaba ya los treinta años, pero se comportaba como un niño de diez. Su carácter simple pero risueño e inclinado a ayudar a los demás hacían de él una persona querida en el Palatino, aunque no faltara quien se riera de él o le gastase bromas crueles.
Se detuvo Remo y con él los Fabios y los demás jóvenes iniciandos. Aprovecharon la pausa para sentarse al borde del camino y descansar de la carrera. Hacía frío, las nubes eran cada vez más negras y posiblemente llovería. Un día muy desagradable.
- Quiero hacer una carrera contigo - dijo Córito a Remo, apenas llegó junto a él -. Voy a ganarte.
Hubo una carcajada general. Nadie del Septimontium podría vencer a Remo en una carrera, menos todavía una persona tan torpe.
- ¿Acaso te has bebido el vino de todo el invierno? - exclamó Bruto Fabio.
- ¡Le ha picado un bicho y lo ha trastornado! - dijo a gritos su hermano Sexto. Y puesto en pie, le tocaba con la mano en distintas partes del cuerpo, mientras Córito se encogía riéndose a carcajadas - . ¡Te ha picado aquí! ¡O aquí! ¡No, no, detrás de la oreja!
Los demás muchachos seguían la broma y se reían tanto como él. Córito se dejó caer en el suelo y se cubrió tanto como pudo hasta que lo dejaron en paz.
- ¿Y por qué me desafías a una carrera? - preguntó Remo, una vez agotado el juego, poniéndole una mano sobre la espalda. El aludido se encogió de hombros y soltó una risita.
- ¡Remo no quiere correr conmigo! ¡No quiere correr conmigo porque va a perder..! - empezó a decir y él solo se retorcía de risa.
A Remo le hacía gracia la broma y, además, sentía estima por el hombre. Lo conocía desde la infancia. Su cabaña estaba cerca de la de su hermano Urco, y éste le encargaba muchas veces el cuidado de pequeñas piaras de cerdos y le proporcionaba comida.
- ¿Qué gano por correr contigo? - le preguntó.
- Nada - respondió Córito -. Te voy a ganar yo. ¡Y tendré como premio un manto nuevo!
- ¿Quién te ha hecho esa promesa? - se interesó Remo. Córito se llevó la mano a la boca de repente y se la tapó.
- ¡No te lo puedo decir! Es un secreto.
- ¡Lástima! No me gustan los secretos… - respondió Remo.
- ¡Que lo diga, que lo diga! - comenzaron a gritar los muchachos, alborotando mucho. Córito no quería oírlos y se cubría las orejas con las dos manos, pero al final, volvió a hablar.
- Te he dicho una mentira. El manto será para quien gane. Pero voy a ganar yo. Corres mucho porque mueves muy bien los brazos y yo no los sé mover igual. Por eso ganas siempre. Pero si no los pudieras mover, yo correría mucho más que tú. Entonces ganaría un manto nuevo.
Mientras se explicaba así, Córito se frotaba los brazos y las piernas, porque hacía frío. Remo lo contempló unos instantes y sintió compasión por él.
- ¿Me vas a decir quién ofrece el manto? y ¿cómo sabrá esa persona quién ha ganado?- insistió Remo.
- A ver si tiene razón Córito y todas tus preguntas son excusas para no medirte con él - dijo de pronto, en tono de burla, uno de los iniciandos de ese año.
Quien había hablado era un muchacho de la colina Velia, ese tal Calvo que galleaba mucho entre los suyos y arrastraba a cuatro o cinco jóvenes tras él. A Remo no le gustaban sus pretensiones, pero era primo de los Fabios y no quería problemas con sus amigos. De pronto, se sintió cansado. El año anterior había resultado divertido empezar la aventura de la iniciación fuera de su casa, pasar los días libres y sin obligaciones, buscar o robar comida, explorar otras zonas, no atenerse a norma alguna, ser el primero entre todos los muchachos de su edad. Pero después de un año se aburría de todo eso. Y se sentía profundamente humillado por no haber superado la iniciación. El sacerdote de Fauno se había cebado en él delante de todo el mundo. ¡Sólo le faltaba que lo humillara también un mocoso como el primo de los Fabios!
- Bien, estoy dispuesto a hacer la carrera - dijo -. Mis amigos y yo vamos a dar un bocado y esta tarde correremos. ¿Te parece bien, Córito?
- ¡ Sí, sí! - palmoteaba éste -. Pero no vale si vas a mover los brazos.
- No los moveré.
- Iremos hasta la fuente de Fauno y Pico. Así podremos beber agua después. ¡Estaremos muy cansados! - afirmó con toda seriedad Córito -. ¡Pronto tendré un manto nuevo!
Acordaron encontrarse en el altar de Consu dos horas después del mediodía. Córito ascendió dando saltos hacia su cabaña y los muchachos se dispersaron. Remo y los Fabios continuaron por el valle del foro para terminar de dar la vuelta al Palatino y llegar a su refugio. Todo el camino fueron bromeando sobre el desafío y sobre la extraña idea que tenía Córito acerca de sus propias facultades para correr.


NOTA: Éste ha sido el capítulo 4º de esta segunda parte de la historia de los gemelos Remo y Rómulo. ¡Espero que os haya gustado!

lunes, junio 10, 2013

BUENAS NOTICIAS




De la liberta Lálage a su amiga Elia.

Tendrás que ir sin mí al mercado de perlas, Elia. ¡No me protestes, por favor! Bastante tengo con oír a mi ama Claudia Hortensia, que además me ha prohibido salir de casa hoy. Dice que me necesita. Uno de sus libreros preferidos le ha propuesto dar a conocer unos antiguos documentos que, al parecer, recopiló su bisabuela Hortensia hace unos años. ¡No sé a qué viene ahora tanto interés por recordar la historia del poeta Catulo y su musa, la famosa Lesbia! Mejor dicho, sí lo sé. Hace varios días se le murió su pajarito y recordó los versos del poeta. Se puso muy melancólica, hurgó en los estantes de la biblioteca hasta dar con esos rollos de su antepasada y se puso a leer y a llorar. ¡Ay, temo que mi ama haya perdido el rumbo!
Ahora me tiene todo el día copiando aquellos rollos para llevárselos al librero. ¡Y yo sin poder salir a comprarme esos pendientes tan bonitos! Dile a Póstumo que me los guarde, que iré a por ellos tan pronto como me sea posible. En mis orejas lucirán mucho mejor que en su tienda.

NOTA 1: Querid@s amig@s, es un placer anunciaros que en breve se publicará mi novela corta “LA MUCHACHA DE CATULO”. Os pongo AQUÍ el enlace al poema del pajarillo al que se refiere Lálage.

NOTA 2: Mañana habrá un acto de presentación de mi novela “DIDO REINA DE CARTAGO” en el Cabanyal. Aquí os dejo la invitación por si a alguien le apetece pasar un buen rato escuchando a Josep Asensi y a una servidora. Será a las 19,30 horas, en la c/ de la Reina, nº 82 de Valencia.


jueves, junio 06, 2013

HACIA LA CIUDAD DE CENINA


 


  Flora había visto desde lejos a Remo y se alegraba al pensar que lo tendría cerca durante un año más, correteando por el Palatino. Creía que su padre había empezado ya a olvidar las ofensas del muchacho. Sin embargo, está muy equivocada: Caius tenía un plan para capturar a Remo y pensaba hacerlo esa misma tarde.




En la cabaña del rey Acrón de Cenina había mucho bullicio esa mañana. Donde hay jóvenes siempre brota la alegría, aun en los días más tristes. Cuando se es adolescente, ¿qué importancia puede tener el mal tiempo? Al contrario, conviene aprovecharlo al máximo, disfrutar de cuanto pueda ofrecernos la vida pues no sabemos ni cuál será su duración ni si nos traerá más penas que satisfacciones o al revés. Pero seguramente ni siquiera en eso pensaban las muchachas: su alegría brotaba espontánea, porque sí, como el agua de los manantiales. Además, les quedaba ya poco tiempo de estar juntas. Hersilia y Emilia, sobrinas del rey, partirían al día siguiente hacia Alba Longa. Su prima Artemis, en cambio, se quedaría en Cenina. Muy disgustada. Ese otoño su salud se había resentido y, aun cuando había recibido también la invitación para ir a Alba Longa, sus padres no le permitían marcharse.
- ¿Creéis que la tía Licinia me volverá a invitar más adelante? - preguntó Artemis a sus primas.
- Estoy segura - respondió Hersilia -. Además, nosotras reclamaremos tu presencia en Alba Longa para cuando se celebre la fiesta de Júpiter Latiaris.
- Eso si para entonces no hemos debido regresar a nuestra casa - puntualizó Emilia.
- ¡No creo que madre sea tan cruel de hacernos volver a Cures justo cuando empiece la primavera! - respondió con viveza Hersilia -. Me han dicho que es una fiesta increíblemente hermosa. Se celebran muchas bodas y acuden jóvenes de todas las ciudades latinas.
- Tu estás prometida al rey Tito Tacio - se apresuró a declarar su hermana -. No puedes fijarte en otros hombres.
- ¿Y quién te ha dicho que me fijaré?
- ¡No conozco a nadie a quien interesen menos los muchachos que a Hersilia! - declaró Artemis mientras le lanzaba a la aludida una mirada pícara y disimulaba una sonrisa. Y bajando la voz como para hacerle una confidencia a Emilia, añadió -: Tengo entendido, además, que los latinos desconfían de los cabellos rojos en general y más todavía si adornan la cabeza de una mujer. ¡Cuando vean encendida como las ascuas la cabellera de Hersilia, todos los jóvenes casaderos saldrán huyendo! Puedes dormir en paz, Emilia, no te será necesario vigilar a tu hermana.
Emilia era la más pequeña de las tres. Estaba a punto de cumplir los trece años, en tanto su hermana y su prima Artemis contaban ya catorce. Muy formal para su edad, era una joven seria y responsable. Amaba atenerse en todo a las normas, a la ley, y no podía decirse de ella que hubiera transgredido alguna. Había hecho sus travesuras, claro está, pero difícilmente se hubiera podido encontrar a otra muchacha de su edad tan consciente y respetuosa de sus obligaciones. Y el mismo celo que mostraba en cumplirlas ella misma, lo aplicaba a los demás. Por eso a su prima Artemis le gustaba gastarle pequeñas bromas como esa, siempre afectuosas.
En cambio Hersilia, bajo su apariencia de formalidad ocultaba un acusado sentido del humor, una curiosidad sin límites y muchas inquietudes. Tenía ideas propias respecto a casi todo. También acerca de su compromiso de matrimonio con el rey Tito Tacio de Cures. Dudaba del cumplimiento de esa promesa. Tenía buenas razones para hacerlo, pues la muerte de su padre, dos años antes, había cambiado sustancialmente la situación.
Su padre y el anterior rey de Cures eran hermanos y estaban muy bien avenidos. Cuando tuvieron descendencia, una niña y un varón respectivamente, acordaron unirlos en matrimonio, pues con ello reforzaban su alianza y su poder entre la aristocracia sabina; un acuerdo de destacada trascendencia por el hecho de ser Cures la ciudad más importante del pueblo sabino. Así, Hersilia y Tito habían crecido sabiéndose destinados a ser esposos. No se llevaban bien. Si al principio sus disputas podían atribuirse a su corta edad y a los caprichos propios de la infancia, más tarde no cabía esa justificación. Sencillamente no se gustaban. Tito era demasiado orgulloso y Hersilia estaba lejos de ser sumisa.
La muerte prematura de su padre había convertido a Tito en rey de Cures siendo aún muy joven. Durante sus primeros años de reinado, el consejo y la protección de su tío habían sido determinantes para consolidarlo en el trono. El anciano gozaba de gran prestigio y autoridad dentro y fuera de Cures y, por otra parte, el futuro matrimonio de su hija Hersilia con el joven rey aseguraba una alianza duradera. También apartaba el peligro de un enfrentamiento entre tío y sobrino por el poder. Sin embargo, aquellos planes se habían trastocado.
- Muerto mi padre ¿qué valor tengo yo para Tito? - le había dicho Hersilia a su prima Artemis en un momento en que ambas, a solas, se habían hecho confidencias -. Hay varias muchachas casaderas cuyos padres siguen vivos, cuentan con hijos varones, numerosos criados y armas para ayudar al rey si hiciera falta. Ellos mismos están dispuestos a guerrerar, a dirigir hombres. En cambio yo…
- No creo que el rey Tito rompa su promesa - repitió Artemis.
- No lo sé. A veces lo deseo…
- ¿Tan antipático es? ¿Tan poco agraciado?
- Es un muchacho bien parecido y fuerte. Tiene carácter, autoridad. Quizá demasiada. Pretende imponerse en todo y rara vez me escucha. Es así desde pequeño.
- Son buenas cualidades para un rey - consideró Artemis.
- Sí, pero resultan poco agradables en un marido. ¿Me creerás si te digo que no lo estimo y que él tampoco me aprecia a mí?
- ¡De eso no puedes estar segura! Eres una persona adorable.
- Pocas veces estamos de acuerdo él y yo. Mira en qué situación me encuentro, Artemis - confesó con cierto desaliento Hersilia -: casarme con él me desagrada; no consigo hacerme a la idea de convivir con él, tener hijos suyos. Pero también me humillaría el ser rechazada. ¿Quién querría casarse entonces conmigo?
- No pienses en un rechazo - dijo Artemis -. ¿Que me dices de los parientes de tu madre? Mi padre estaría siempre del lado tuyo y también es rey, aunque Cenina no sea una ciudad tan importante como Cures. Y lo mismo puede decirse de la tía Licinia. Su marido es un hombre importante en Alba Longa y nuestra prima Adriana es la Vestal Máxima. ¡Tendrías muchos apoyos fuera y dentro de la Sabinia!
- ¡Y eso precisamente me espanta, Artemis! ¿Habré de casarme a disgusto para no disgustarlos a ellos? ¿Si Tito rehusa cumplir su palabra, habrá un conflicto por mi culpa? ¡Ay, prima! Mi cabeza es como una madeja de lana en manos de un niño pequeño: se ha convertido en un enredo imposible de aclarar.
Artemis abrazó a su prima y se dolió con ella de una situación tan poco placentera. Varias veces más hablaron de ese asunto. Hersilia le aseguró que en la cabaña real de Cures se guardaba un silencio total respecto al compromiso, lo cual la tranquilizaba por una parte y la inquietaba por otra. Tito pronto cumpliría dieciséis años y se habría de casar: el primer deber de un rey es engendrar herederos.
La repentina enfermedad de un anciano pariente había venido en ayuda de la joven, aun cuando fuera impiadoso pensarlo. Careciendo el enfermo de esposa y de descendientes, la propia madre de Hersilia, compadeciéndose de él, había decidido encargarse personalmente de su cuidado. Para no exponer a sus propias hijas a los peligros de un contagio ni tampoco abandonarlas en su casa al cuidado de sus siervos, había pedido ayuda a su hermana Licinia. Ésta había respondido enseguida invitando a sus sobrinas a Alba Longa, donde ella residía, y extendiendo la invitación a su otra sobrina, Artemis, hija de su hermano el rey de Cenina. Cambiar durante unos meses de ciudad y apartarse del problema inminente del compromiso matrimonial, era un inmenso alivio para Hersilia.
Ese día, tras haber permanecido más de un mes como invitadas de su tío el rey Acrón, sería el último que Hersilia y Emilia pasarían en Cenina. A la mañana siguiente, primera jornada del invierno, partirían para Alba Longa donde las esperaba su tía Licinia.


Los hermanos Gordio y Publio Quintili habían abandonado su cabaña del Palatino muy temprano y, llegados al pie de la colina del Capitolio, tomaron la vía Salaria y ascendieron por las pendientes de la colina del Quirinal. Alcanzada la cumbre, vieron a lo lejos el tejado de paja del santuario de Quirino y, al poco, a su amigo Rómulo que, acompañado por la inseparable Bona y procedente del extremo contrario de la vía. Se dirigía también hacia la puerta del santuario, donde habían acordado encontrarse para partir juntos hacia Cenina. Desde la distancia se observaron los muchachos mutuamente y valoraron con atención su aspecto: los escudos colgados con tiras de cuero a sus espaldas y las lanzas cruzadas en diagonal con las puntas asomando por encima de sus cabezas, les otorgaba una especie de aura. Sujetos a un cinturón ceñido sobre el manto de cuero, brillaban los cuchillos. Pese a empuñar sus cayados y a llevar los zurrones en bandolera, no parecían pastores, sino guerreros. Esa percepción los llenó de orgullo.
La alegría de los tres al reunirse fue inmensa, como si en lugar de unos días llevaran años sin verse. Se felicitaron unos a otros por su buena apariencia e intercambiaron noticias de los amigos.Bona daba saltos a su alrededor.
- ¿Habéis visto a Remo? ¿Sabéis algo de él? - preguntó enseguida Rómulo.
- Sabemos que los del Aventino no han hecho aun ninguna reclamación por los pastores muertos - dijo Gordio -. Tu padre está intranquilo.
- ¿Y Remo?
- ¿No lo conoces? - respondió Publio -. Según sabemos, pasa los días en el valle de Murcia y no parece preocupado. De momento no se ha acercado al Aventino, aunque es cuestión de tiempo…
- Ojala no se vuelva a acercar nunca, al menos mientras no se resuelva el litigio con Caius.
Tras estas palabras Rómulo sacudió la cabeza para apartar los pensamientos tristes. Cuando al día siguiente terminasen los ritos en honor de Angerona, pensaba regresar con sus amigos al Palatino para visitar a su familia antes de volver a la cabaña de la vía Salaria. Buscaría a Remo y charlaría con él, aún temiendo no ser bien recibido. No había vuelto a verlo desde que el sacerdote de Fauno se negó a aceptarlo en la comunidad de los adultos. Ojala no estuviera enfadado con él.
Ofrendaron a Quirino una copa de vino ante la puerta de su santuario, en cuyo interior, apenas seis días antes, habían depositado sus bullas infantiles. Ahora le pedían al dios protección antes de abandonar el Septimontium y el territorio latino para adentrarse en tierra sabina. Concluida la ofrenda y una invocación, los tres jóvenes se pusieron en camino.
Por delante mismo de la puerta de aquel lugar sacro pasaba una antiquísima senda: cruzaba las alturas del Quirinal, se hundía luego en un estrecho valle, remontaba entonces las cuestas del Viminal y, tras un nuevo descenso, alcanzaba la cima del Cisipo. Desde allí, cerca de donde hoy se encuentra el huerto de Mecenas y la puerta Esquilina de nuestra muralla, continuaba el camino en dirección a la ciudad de Colacia. En aquellos tiempos arcaicos el sendero atravesaba campos abiertos e incultos, poblados de matorrales y salpicados de bosquecillos de robles. Hoy el agreste camino se ha convertido en la vía Collatina y, como entonces, pasa por las proximidades de la ciudad de Cenina. Y os lo digo pues ésta ciudad ya no existe y pocos romanos recuerdan dónde estaba.
- Es temprano y disponemos de tiempo - dijo de pronto Gordio, mientras caminaban a buen paso - ¿Qué os parece si, en vez de ir como todos los demás por el camino, nos desviamos y acudimos a Cenina bordeando las orillas del Anio? Esta época lleva mucha agua.
- Buena idea. En realidad, no es preciso llegar antes de media tarde a la ciudad - respondió con entusiasmo su hermano Publio.
- Podríamos explorar las riberas - apuntó Rómulo con una sonrisa resplandeciente -. Hace dos días fui con mi hermano Urco al punto donde se cruza con la vía Salaria y arrastraba bastante caudal.
Decidieron pues llevar adelante la propuesta de Gordio. Retrasarían así su encuentro con otras personas del Septimontium, incluidos sus propios parientes, y ese viaje a Cenina resultaría aún más emocionante. Aquel río tributaba sus aguas al Tíber y en su recorrido trazaba sinuosidades, formaba recovecos y escondía peligros. Sí, muchos peligros. No en vano el río debía su nombre al rey Anio, quien se había ahogado en sus aguas tratando de rescatar a su hija, raptada por un bandido.

NOTA 1: Queridos amigos: este ha sido el capítulo 3 de la segunda parte. Quizá  os haya parecido que tiene un cambio brusco con respecto al anterior. ¡Tendréis que acostumbraros, porque ahora que los gemelos están separados el uno del otro, tendré que combinar escenarios distintos: el área de las riberas del Tíber y, de momento, la ciudad de Cenina. 
NOTA 2: no creáis que me dedico solo a Roma... Ja, ja. Aquí van las portadas de los dos cuentos infantiles de la Editorial Everest para los niños amantes del Valencia Club de Fútbol. ¡No hay nada como practicar deporte y hacerse aficionado desde la infancia!